PAZ EN UN MUNDO QUE SE ROMPE
Hace unos meses ya, en una de las visitas a mi hermano mayor y pastor de mi niñez, Francisco López, cuando ya veíamos que su salud estaba muy tocada y tenia grandes dificultades para moverse, me pidió encarecidamente que escribiera un artículo sobre la Paz.
Francisco era un hombre muy activo y su pasión era predicar el evangelio, así que cuando ya a penas se podía mover, escribía y sus artículos eran usados en diferentes lugares, boletines y webs.
- Hace tiempo que quiero escribir algo sobre la Paz, pero no se por qué, me resulta difícil, me dijo.- Escríbelo tu y me lo mandas.
Pasaron los meses y traté de pensar y desarrollar el tema, pero no podía hacerlo. Nunca olvidé su deseo y aunque le daba vueltas en mi cabeza, no lograba hilar el tema.
Cuando le visité nuevamente, ya en el Centro de Cuidados Paliativos, totalmente paralizado y esperando la hora de irse a la presencia del Señor, oyéndole hablar con mucha dificultad, pero con aquel gozo y esperanza, con aquel entusiasmo y aquella sonrisa en calma, entonces sentí deseos de escribir sobre la Paz.
En un mundo que se rompe por desastres ecológicos, cuando la tierra, literalmente se remueve haciendo tambalear países enteros, la economía del mundo se debilita, las enfermedades se extienden, las naciones entran en guerra, las familias se destruyen, los miembros no se hablan, se rompen matrimonios, se abandona a los hijos buscando cada uno lo suyo propio, la identidad del hombre se confunde, el trabajo escasea, los políticos se corrompen, la religión no sirve y los cristianos no siguen a Cristo, allí, en la habitación de un hospital, en medio de la soledad, dejado de los suyos, de todos aquellos con quien compartió camino y servicio, un hombre activo se encuentra solo esperando la muerte y recibe a los poquitos que le visitan con tanta alegría y agradecimiento, con tanta amabilidad y ternura, con una sonrisa afable y con tantas experiencias que contar, que ni la dificultad le hace cambiar de idea.
Se esfuerza por articular palabras totalmente coherentes sobre la fe, sobre el amor, sobre el mensaje poderoso de Jesucristo y grita con lágrimas en los ojos estirando el cuello porque no le alcanza la voz: “Porque no hay otro Nombre dado a los hombres en quien podamos ser salvos ¡”, y ríe con una risa santa de aquel que logró encontrar el camino de la vida, lleno de paz y lleno de la presencia gloriosa de su Salvador.
Yo pensé que el pueblo de Dios necesita visitar a los enfermos como el, no para consolarle, sino para recibir consuelo. No para animarle, pero para cobrar ánimo, para obtener visión y para encontrar la paz, la que sobrepasa a todo entendimiento, la que te acompaña en el camino de sombra de muerte, la que te da vigor y aliento a la hora de cruzar el umbral hacia la presencia del Amado de su alma.
Hoy si, Francisco, escribo éste pequeño artículo, que ya no leerás, sobre la Paz, la que he visto en ti, que solo viene de Dios, la que te hizo ser un hombre tolerante, manso, cercano, amoroso, amable, ocupado en las cosas de Dios, cercano a la gente y con pasión por Jesús, a pesar de las guerras que viviste en todos tus años de servicio aquí en la tierra.
La señal de la agonía no puede borrar esa paz y esa confianza y abandono en los brazos del Padre mientras caminas a su presencia. Lástima que tan pocos contemplen hoy una escena como esa, desagradable, pero agradable, para que aprendan que en la Paz de Dios, el paso de la muerte es muy semejante al momento de la vida. Sea uno joven o viejo, sano o enfermo, si ha creído en Jesús y es llamado a su presencia, vuela a sus brazos en medio de esa Paz que El prometió cuando dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” Juan 14:27.
Por último, no puedo más que dejar constancia aquí de lo que el mismo Francisco diría a todos los que le conocieron, a los compañeros de fatigas de todas sus etapas, los de Galicia, los de León, los de Barcelona, a los jóvenes en los que el invirtió tanto tiempo y entusiasmo, a los no tan jóvenes y a los viejos, a su familia, a sus hijos y a sus nietos, a los que le sentían cercano y a los que le querían en la lejanía , incluso a los que no le querían…Para todos…
TENED SAL EN VOSOTROS MISMOS; Y TENED PAZ LOS UNOS CON LOS OTROS. Mr. 9:50.
E. Hadasa Planes
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